No me he acostumbrado del todo a que no me den las buenas noches, te reconozco en distintas caras y siento que estás de pie apoyado en cada esquina de la calle. Se me hace un nudo en el estómago cuando llega una llamada o un mensaje, pensando en una pequeña posibilidad. Ojalá pudiese haber guardado tu esencia, la fragancia que se quedó en el sofá, el olor de tus camisetas, y el tacto de tu espalda. Y en los momentos de debilidad poder regresar al punto de partida, hacer buenas elecciones...
Tengo miedo de seguir echándote de menos y de que tú no lo hagas; pero también de dejar de echarte de menos, y de no poder echar de menos a nadie más. De que no leas esto. De tropezarme contigo, de no tropezarme contigo.
No hablábamos del mismo siempre...